La historia de los hermanos Coen llegó, en la pasada edición de los premios de Hollywood, a su cima más alta. A pesar de que ya habían saboreado la estatuilla con su obra cumbre Fargo (con la que también estuvieron nominados a mejor director, sí, nominados, en plural), ha sido este año en el que se les ha honrado como siempre han merecido (igual que la edición pasada honraron a Scorsese, pero este año con razón).
Su calidad artística es, a día de hoy, indiscutible, pero si por algo los idolatro hasta la obsesión es debido a que fueron ellos (entre otros, obviamente) los que me abrieron las puertas al mundo del cine. Una tarde eligiendo alguna película en mi antiguo videoclub, en los tiempos en los que Flubber y el profesor chiflado inundaba las carteleras de España, descubrí una extraña película llamada Muerte entre las flores de 1990, de la que me enamoré. Tras su visionado mi percepción del cine dio un vuelco completo, y descubrí que ver una película podía no ser simple entretenimiento palomitero, descubrí que el cine era el mejor método de expresarse, el mejor método para despertar en tu interior sentimientos ocultos, descubrí la mejor historia de amor que había visto hasta la fecha, descubrí mi pasión por el séptimo arte, y secundariamente, descubrí a un señor llamado Steve Buscemi. Ahora que está de moda decir "esta película me cambió la vida", posiblemente eligiría a esta.
Acto seguido, en cuanto la fui a devolver, le pedí alguna película más de estos genios, en una época en la que no gozaba de Internet en casa, ni cerca de ella, y me dijo que tenía una película llamada Fargo y otra que se llamaba Sangre fácil (años después descubrí que se ahorró decirme que también tenía Barton Fink y El gran salto, supongo que pensó que no las entendería). El caso es que también me enamoré de Sangre fácil y, por encima de todo, de Fargo, la que hoy todavía se mantiene en mi Top 20.
Mas cuán fue mi sorpresa cuando unos meses después llegó a los cines una peliculilla de humor llamada El gran Lebowski, que no vi hasta un año después (maldita mi edad que me impedía ir al cine a ver películas que no fueran Flubber y el profesor chiflado), y que entró de cabeza también en mi Top 20. Conforme fui creciendo, volví a ver sus películas una vez y otra vez, y poco a poco, fui descubriendo nuevas intenciones, nuevas ironías, nuevos guiños y, no estoy muy seguro, no sé si mi personalidad se fue adaptando al cine de los Coen, o el cine de los Coen se fue adaptando a mi personalidad.
Ahora, en el cinematográficamente sugerente 2007, llega su nueva obra de arte, No country for old men (con odiosa traducción al castellano). Un revival de sus más suculentos inicios que hace parecer imposible el hecho de que no haya existido desde siempre, por su extrema perfección y su impresionante delicadeza en cada segundo del metraje (algo que los de Hollywood, milagrosamente, han sabido valorar). Cada silencio, cada ruido, cada plano y, sobre todo, cada palabra está minuciosamente elegida para completar una obra de arte que, todavía reciente, ya se ha convertido en un clásico.
Gracias a películas como esta sé que muchos niños de nueve, diez o catorce años, después de que la vean, irán a su videoclub (o a Internet, actual y triste sustituto) para saber qué más películas han hecho unos tales hermanos Coen.
1 comentario:
Tu obsesión pasajera por los Coen será eso, pasajera.
Son grandes, y por eso temo su caída como otros grandes directores que ya hace tiempo me decepcionaron (con 'Crueldad Intolerable' ya sospechaba que se acercaba su estrepitoso fracaso y auto-alimentación -exacto, como Tim Burton o George Lucas que se han comido a sí mismos).
Por cierto, ¿qué hay de malo con Flubber? Salía moco verde y Robin (que no Robbie), ¿qué más hay que pedir? Claro, como no sale nadie Williams siendo despedazado en una máquina trituradora...ahora que lo pienso, habría ganado mucho esa película.
Bardem, deja de comer croquetas.
O, Brother
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