lunes, 9 de marzo de 2009

WATCHMEN. Una delicia para ojos y oídos

La sensación con la que sales después de disfrutar Watchmen es una extraña mezcla entre la admiración que produce la visualización sistemática de adrenalíticas escenas de acción, y la emoción irrefrenable que se siente al acudir al visionado de lo que se convertirá en toda una obra de culto.


Lo que sucedió el viernes en multitud de cines a lo largo y ancho del globo no fue sino una cita mundial (aunque luego la taquilla no se haya portado como se esperaba) entre unos entusiastas lectores de una novela gráfica y otro entusiasta convertido en director. Lo que ocurrió fue la entrega de un regalo que tanto se había prometido, que tantas expectativas produjo y que tan bien las ha cumplido.


Uno de los efectos que mejor ha sabido reproducir Snyder ha sido el de los zooms de alejamiento. Todos los inicios de los capítulos del cómic se caracterizan por comenzar con un plano detalle e ir alejándose poco a poco mientras la acción transcurre, y en la película uno puede adivinar sin esfuerzo cuáles son esos magnánimos planos: la estatua del cementerio, la foto del Dr. Manhattan, la chapa con el smiley... Es como un viaje retrospectivo al momento en el que, sentado en un sillón del salón, con una luz artificial apuntando a las páginas del cómic, uno leía absorto y concentrado cada diálogo y confesión de Watchmen.

Sólo tengo loas tanto para la película como para el cómic, aunque algunos vituperen a la edición audiovisual. Este grupo de personas se dividen entre los que han leído el cómic y los que no. Los primeros esperaban una banda sonora distinta, menos chistes de recreo y un final más fiel, vamos, querían algo gafapasta en el que poder escupir sus tonterías acerca de lo que representa según su cerebro eclipsado por las películas del Gus van Sant aburrido. Los segundos, los que no han leído el cómic, siguen creyendo que han visto una película de acción, cuando Watchmen sólo utiliza la acción para decorar su discurso filosófico. No quiero dármelas del inteligente que no soy, y explicar todo el metalenguaje que encierra esta película, pero sí recordar que hay cerebros hechos para disfrutar viendo Ghost Rider y Blade Trinity devorando palomitas al ritmo de reggaeton y que se confunden con Watchmen al creer que han acertado al elegir una película de tiros y tetas. Y que se confunden todavía más cuando, sin haberse siquiera acercado al sentido metafísico del que pretende hacerse eco Alan Moore, creen que, en efecto, han dado de pleno en su elección, como cuando viajan a Londres y se quedan satisfechos por haber visto la Torre del Reloj, y no se adentran en la capital inglesa, igual que no pueden adentrarse en Watchmen.


Para todos los demás, Watchmen signficará vivir una autoinfundada identificación con Rorschach, una dantesca compasión por Ozzymandias, una extraña admiración por Dr. Manhattan, un comprensible enamoramiento de Espectro de Seda y Espectro de Seda II, un secreto cariño por El Comediante y una sana envidia de Búho Nocturno II. Cada personaje es distinto, y todos encomiables.

Puede ser la sorpresa de los próximos Oscar, o quizá uno de los más destacados olvidos. Pero lo que nadie le va a quitar es haber sido desde antes de su estreno una obra de culto.

1 comentario:

Trevor Reznik dijo...

¡Por fin una crítica positiva!
¡Te secundo!